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Una Banda, dos vidas y tres décadas encima

En 2025, la Banda Sinfónica Metropolitana de Quito cumplirá 35 años. Hablamos con dos de sus integrantes, quienes pertenecen a ella desde sus ensayos en la Av. García Moreno, allá, en los inicios de los noventa.

por Adrián Gusqui

Santiago Uquillas mira el fondo de este pasillo y raspa los recuerdos dentro de su cabeza. Raúl Levoyer habla y ve al techo, encuentra en el polvo de este rincón, donde los tres estamos sentados, un pedazo de memoria, alguno de los incontables que las tres décadas (y más) de la Banda Sinfónica Metropolitana de Quito dejaron en él.

—¿Qué edad tienes? —le pregunto a Raúl en la entrada del foyer, antes de ingresar a un pequeño cuarto que tiene toda la luz y el olor de una sala de confesión.

Responde que ya son cincuenta y tres. Uquillas, quien está al frente nuestro en toda esta conversación, ríe con la camaradería de alguien que ha visto a su amigo aventurarse por más de la mitad de esos años.

—Dile la verdad —bromea Santiago, quien discute pícaramente con su amigo.

Los tres nos sentamos en un rincón del teatro que hace más de bodega que de lugar de encuentro. Nos tardamos algunos minutos en elegir las sillas adecuadas, el cruce de piernas con menos calambres, y terminamos en una suerte de tarima que se esconde al final del pasillo.

La BSMQ en 1990. Archivo del Centro Cultural Mamacuchara.

Raúl me cuenta que entró al elenco en 1990, a sus 23 años. Fue uno de los fundadores y, en la actualidad, es percusionista. Además, fue arreglista y compuso algunas obras, como la Suite para Banda Sinfónica, en el contexto de los 30 años de la banda. Un año después ingresó Uquillas, quien ahora se desempeña como contrabajista y también es considerado uno de sus fundadores.

—Con Raúl nos conocemos desde el 82 —recuerda Santiago.

—Desde el 85 —agrega Levoyer, haciendo cuentas mientras ve hacia arriba.

Es un baile de respuestas: uno da, el otro completa, y las diferencias se suman.

Raúl recuerda los primeros días de la banda con Julio Bueno como protagonista. El compositor lojano fue el primer director de la banda.

—Había una buena relación —dice Levoyer.

En los primeros años, la banda y el circuito musical se beneficiaron de varios artistas con formación extranjera. Raúl menciona que las giras estudiantiles de sus predecesores por países soviéticos favorecieron el desarrollo académico de muchos músicos de aquel entonces.

Uquillas compara el desarrollo de la banda con el paso de los años desde sus objetivos:

—Las sonoridades, si las comparamos con las de un principio, están más apegadas en gran medida a lo académico desde un punto de vista técnico —dijo en una entrevista con Jefferson Herrera en 2015.

La BSMQ en 2014. Archivo Fundación Teatro Nacional Sucre.

Con el paso de los años, la banda, que hizo base en la Biblioteca Metropolitana, ubicada en la Av. García Moreno, se mudó en 1995 al Centro Cultural Mama Cuchara, donde ensaya hasta la actualidad.

Ambos amigos se conocieron una década antes de la fundación del elenco. Estudiaron juntos en el Conservatorio con el maestro René Bonilla y, posteriormente, se aventuraron en la Orquesta Sinfónica Nacional. Santiago dice que su relación es “larga y fuerte” y refuerza este cariño con un sentimiento general dentro de la banda:

—Es una agrupación que tiene un lazo fuerte, porque todos somos amigos y tenemos una buena relación en lo personal y profesional.

En los escenarios, cuando el apagón cae sobre el público y las luces colorean las cabezas de los músicos, esta conexión emerge de otro modo. Levoyer apela a la mística; Uquillas, a la experiencia.

—(Tocar en el Sucre) es un compromiso instintivo —dice mientras piensa en lo que este lugar le provoca—. Sientes una comunicación con tu compañero, aunque no lo estés viendo, que es más o menos comparable con el sexo. A ratos no se ven, pero en el clímax se encuentran. Al mismo tiempo, hay un momento individual para gozar y hacer gozar a la pareja.

Los tres nos reímos por su comparación, pero Raúl es firme en decir que eso es lo que él siente.

Santiago es más sobrio en sus sentires.

—Se resume en una palabra: profesionalismo —dice.

Pero no niega que la energía está ahí, es inevitable.

—La intimidad se manifiesta en el concierto y en su concentración —responde Raúl.

Ambos músicos levantan la mandíbula hacia el cielo cuando les pregunto a qué países quisieran llevar al elenco. En su historia, han girado nacionalmente y, dentro de la banda, sus aspiraciones son altas e internacionales, aunque este tipo de proyectos depende de muchos factores fuera de sus manos.

—Sería interesante ir a Singapur —dice Raúl—. Es un país que apoya mucho la música y la cultura. También pienso en Rusia y, lógicamente, en Estados Unidos.

Santiago piensa su respuesta sin ir muy lejos. Él prefiere ocupar los territorios hermanos.

—Deberíamos empezar por la región —dice—. Colombia, Chile o Perú. Después podríamos abrirnos paso por Europa y Estados Unidos.

La vida te somete a serle fiel a un sueño. En 2015, Uquillas dijo que “llevar la música en la genética es imposible de ignorar”. Levoyer afirmó en 2020 que el músico “debe ser contestatario y asertivo”, además de mantener su postura artística, “sin caer en la burocracia del arte”.

La BSMQ en 2024. Ana Lu Zapata para el archivo de la FTNS.

A Santiago, la música lo envuelve con el jazz y el rock clásico. Es fan de Pink Floyd y siente a la música clásica como una sábana en invierno. Aunque deja en claro que ella no está con él las 24 horas del día, es parte fundamental de su vida.

Raúl, quien en esta conversación parece cavar en las profundidades de su memoria, recuerda los años en que grababa casetes desde la radio.

—Yo oí la primera canción que pasó en Radio La Bruja —comenta con un gesto de alegría en sus ojos—. Era Africa, de Toto.

La llave se abre y desbloquea un recuerdo de sus 10 años.

—En el 76 grabé mi primer casete. La canción con la que inicié fue Hotel California, cuando no era famosa —dice mientras suelta una risa y la contagia a Santiago.

—Yo grababa los casetes en la radio AM y también coleccionaba acetatos. Ahora tendré cerca de 200 — cuenta.

Lo suyo es Frank Zappa y el funk, pero también tiene un espacio para las marchas militares del estadounidense John Philip Sousa y la música de Diego Luzuriaga, a quien describe como “el mejor compositor ecuatoriano del siglo XX y XXI”.

Al acabar la entrevista, los dos caminan por el pasillo de esta bodega mientras ríen y hablan de sus recuerdos.

—Voy a agregar lo que dijiste sobre el sexo y tocar en el Sucre —le digo a Raúl.

Me mira con sorpresa y asiente como alguien que sabe que no ha dicho ninguna mentira. Sus ojos dicen: hazlo.

Ambos amigos caminan hacia el foyer y me acompañan hasta la platea del teatro, donde los espera otra entrevista. Se animan, se ríen y se despiden entre sí.

Saben que nuevamente se reencontrarán.

En el escenario,
en una esquina 
o en la música.