Este perfil forma parte de un especial dedicado a lxs curadores seleccionadxs en la Convocatoria 2025 para la curaduría de muestras escénicas.
Cristina Marchán comparte en esta conversación su experiencia desde la docencia, el cuerpo y la introversión al hablar de teatro. Conócela a continuación.
por Adrián Gusqui
¿Su disco favorito? El Unplugged de Charly García. Para Marchán, este álbum es un presentimiento de su personalidad, que se explica tímida, pero que, con los años, pudo mutar a expresiones innumerables. Esto me lo revela en una llamada, donde nuestras caras gritan expresiones del frío capitalino. Ella es una de las cuatro curadorxs seleccionadxs para la muestra escénica de 2025 en la Fundación Teatro Nacional Sucre.

Nos hemos cruzado varias veces en los pasillos del Teatro Nacional Sucre y en las calles del Centro Histórico. Siempre con un saludo de parpadeos. Veloces. Ella camina con apuro y una sonrisa de fácil nacer. Sus lentes descifran un estilo tranquilo y que parecen cargar mil ideas. En la entrevista, dice que su shock con el teatro fue a los 21 años, que, según ella, «fue tarde». —Fui a ver una obra del Grupo Malayerba —recuerda—. Era Pluma y tempestad, en el Teatro de la Universidad Central, y fue un shock enorme en lo intelectual, emocional y estético.
Al ver la obra, recuerda: —No entendía muy bien lo que estaba pasando, pero algo estaba pasando. Aquello me atravesó el cuerpo y no pude dejar de pensarlo. A pesar de tener miedo y pensar que no era apta para el teatro, los busqué y encontré. Aquella casa, estacionada en una esquina de la plaza que abraza a la Iglesia de El Belén, en el barrio Santa Prisca, recibió a Marchán en 2004. Cristina se unió al calor del teatro dentro de este espacio, al que ahora considera su hogar.
Inicialmente, la actriz pensó que esto no era lo suyo. Esto debido a sus primeros acercamientos al mundo escénico, que, por costumbre, fueron con los talent shows de las escuelas y colegios. —A mí me generaban mucho estrés y tensión porque soy muy introvertida. Esto de exponerse y demostrar un talento lo detestaba—, cuenta. Es en la universidad, y su relación al mundo de la imagen, donde sus caminos toman otra vía. El juego cambió cuando empezó a estudiar Comunicación y se acercó a la investigación del cine, la semiótica y el lenguaje. Cuenta que, una obra de Guido Navarro cambió todas sus perspectivas. —tras verla pude sentir que el teatro era una posibilidad para replantearse otras formas de organizar la vida u organizarse con los otros, y eso fue muy importante para mí.

Marchán ha desarrollado su carrera entre la creación, la comunicación y la docencia. Colaboró tanto en teatro como en cine. Fue docente de actuación y creación escénica en espacios no formales y formales, como en la Universidad de las Artes, la Universidad Casa Grande y la Universidad de las Américas. En estas dos últimas continúa hasta la actualidad (2025). Además, fue actriz en Me.de.as, por mencionar una de las obras donde participó. Fue directora de la obra Donde el viento hace buñuelos y es participante activa en los montajes y trabajos de la Casa de Teatro Malayerba. Por último, Cristina participó en la lectura dramática Todas las veces que te vi morir, de Pavel Hernández, presentada en la Semana de Dramaturgia que la FTNS organizó en marzo de este año.
¿Cómo explicas este detalle de que las personas más introvertidas sean las más expresivas en escena? ¿Hay alguna respuesta desde la academia?
—Siempre sentí que tenía estos dos lados y, por algún tiempo, pensé que eran antagonistas. Por un lado, el pensamiento académico e intelectual, que a uno le enseñan que se ubica en la cabeza. Yo creo que lo que el teatro me dio fue el descubrimiento del cuerpo en su totalidad. Que el cuerpo es pensamiento. Que la emoción también es pensamiento. Que el cuerpo piensa con profundidad y complejidad. Y que el juego, lo lúdico y el afecto también son formas impresionantes para abrir la capacidad de generar pensamiento crítico. Cuando descubrí el cuerpo, pensé que debía dejar de escribir, dejar de usar la cabeza y permitir que mi cuerpo pensara de otras maneras. Luego noté que varias cosas podían combinarse.
Tu experiencia te hizo saltar entre distintas formas de creación teatral: desde la actuación a la escritura y, finalmente, a la docencia. ¿Por qué sucedió esto?
—Me considero una actriz, no tanto dramaturga ni directora. He probado un poquito esas áreas, pero entiendo lo escénico más desde adentro. Lo que me fascina de este lugar es justamente entender el lenguaje, la puesta en escena, el discurso que se está armando y que uno, como actriz o actor, acuerpa y tiene que ejecutar para comprender. ¿Qué lugar ocupa mi cuerpo o mi propia memoria en relación con otros sistemas de lenguaje como la luz, la música, el texto o mis compañeros? Me interesa entender profundamente eso. Me gusta pensar la teoría de la escena.

Con tu experiencia en la docencia ¿qué perspectiva tienes de los estudiantes ecuatorianos que quieren hacer teatro? ¿Qué miedos o aspiraciones encuentras en ellos?
—Es gente con muchísima curiosidad, pero también creo que hay poco acceso a referentes. En las escuelas y colegios no se acerca a los estudiantes a lugares de cultura y arte. En general, llegan muy inocentes a este mundo, pero con una enorme curiosidad. Y, cuando son presentados a una experiencia real, es lindo ver cómo se estimulan, cómo tienen muchas preguntas, cuestionan lo que están mirando.
Entre esas preguntas, ¿hubo alguna que te dejó sin respuesta?
—Hay preguntas que son particulares, sobre cómo incorporar o dialogar con todas las prácticas de teatralidades ancestrales y que se mezclan con la cultura, es decir, con la conciencia de este lugar complejo, de este sur en el que estamos, donde no solamente confluyen los discursos hegemónicos que vienen del noroccidente, sino que también nos atraviesan los cuerpos, las memorias; estas fabulas y narrativas que pertenecen a otro tipo de lógicas.
En 2025, Marchán se une a estas lógicas a través de la curaduría. Ella es parte de lxs curadorxs para la programación de la Fiesta Escénica de Quito, a realizarse en la mitad del año.
¿Cuáles son tus expectativas para la selección de obras?
—Pienso que lo interesante será abordar propuestas que le hagan preguntas a la escena, no tanto las que tienen asegurado un lugar o un modo de operar, sino que estas cuestionen constantemente esos espacios. Que estén atravesadas por un eje de investigación y que el texto no sea necesariamente lo central.
Marchán se refiere a la curaduría como un proceso que está atravesado por una línea conceptual, —no se escogen ciertas obras porque me guste o no, sino porque debe existir una capacidad crítica de mirar que, tanto una obra o una propuesta, está dialogando con la línea que interesa—, dice. Para Cristina la programación además de interesar necesita distribuirse y dialogar entre diversidades. —La curaduría siempre se organiza en torno a una pregunta— comenta y aquella necesita, según la dramaturga, unir diferencias para conocer varias perspectivas que esta pregunta plantea al sector escénico.
Terminamos la llamada hablando de Charly García y el disco que abre esta conversación. Ella dice que lo escucha de vez en cuando, y cuando lo hace, «la conecta con una serie de cosas…». Charly obró esta aventura como un sinónimo de rebeldía y que pareció llamar a Cristina desde sus veintes, cuando luchó con la introversión para comunicar con su cuerpo lo que su cabeza por siempre maquinó.